Es increíble,
no me da tiempo de terminar un post cuando todo cambia… Últimamente termino
escribiendo los posts en base al recuerdo de cómo me sentía cuando lo empecé y
no en función a cómo me siento en ese momento. ¡Tengo que empezar a escribir
más seguido! El problema es que cuando me pasan las cosas, sobre todo cuando
tienen que ver con emociones que ameritan ser procesadas, no tengo ganas de
agarrar la computadora, tengo ganas de escribir y hago notas mentales, justamente
como una forma de procesar lo que siento, pero ese primer paso de empezar el
post me cuesta, a veces simplemente no tengo el ánimo.
Al menos empezaré
hacer más notas en el teléfono… o empezaré a cargar una libreta (normalmente no
la necesitaba porque apuntaba en el teléfono pero quizás si necesite una en
esos momentos en lo que siento que la tecnología y, más que nada los
procesadores de texto, “no son mis amigos” (como el último fin de semana, que no
toqué mi computadora desde el viernes en la noche).
¿Se
acuerdan que dije que había sido muy racional y cero hormonal casi todo el
embarazo? ¿Y que dije que luego del Episodio había vuelto a la normalidad? Pues no más. Bueno, en realidad, otra vez
volví a la normalidad (no les digo que me ganan los eventos, ¡cuando empecé a
escribir todavía no había vuelto tanto a la normalidad!) pero tuve mis días, sobre
todo una noche triste.
Todavía no
se bien qué fue, tengo un dilema del tipo “el huevo y la gallina” por algo que
me pasó el viernes, que no es tema de este blog y que aún es motivo de “procesamiento”.
Tengo la sospecha que el evento fue el desencadenante de las emociones y no al
revés pero podría estarme equivocando. Lo cierto es que estuve pensativa,
reflexiva (cosa que es buena en realidad) pero que creo que causó que el
domingo en la noche me entraran miedos que hasta ahora no había tenido.
El mismo
domingo en la cena, Alberto y yo estábamos hablando y me dijo que tenía miedo
de la llegada de Chiara, lo que ya les había comentado en posts anteriores, que
justo ahora que empezaba verdaderamente a disfrutar a Giulia, todo iba a
cambiar. Yo le dije que era normal y que probablemente esos miedos los hubiera
tenido siempre, así hubiésemos esperado más. El, siendo hijo único, no sentía
la necesidad de tener más hijos pero viendo que yo si tengo hermano se animó porque
si entiende lo importante y especial de la relación. Cuando me lo dijo mientras
hablábamos (aunque yo ya lo sabía obviamente, lo habíamos conversado cuando
decidimos tener a Chiara), me entró una pena, pena de pensar que quizás yo lo
convencí, que quizás no está tan convencido y que lo hizo sólo por mí.
Pero no,
si está (Chiara: esto es PARA TI, tu
papá si está convencido, sólo asustado y este blog es sobre ser honestos
así que por eso cuento también esto J), lo hablamos luego y la verdad es
que sus miedos son normales y él sabe racionalmente que amará a Chiara como
adora a Giulia y que muchas de sus dudas tienen que ver con el hecho que tenemos
un estilo de vida con poca seguridad laboral y que nunca sabemos qué va a ser
de nosotros en el mediano (a veces hasta corto) plazo. Si ya eso lo estresaba
cuando sólo éramos los dos, ya se pueden imaginar cómo se estresa ahora. Más
familia es igual a más estrés.
Pero
bueno, acabamos la cena y nos fuimos a dormir (bueno, él a dormir, yo a
frustrarme porque no duermo…y este es otro factor que contribuye a pensar todo
lo que me da vueltas por la cabeza en estos días) y cuando apagamos la luz,
otra vez me puse a llorar (ahora que lo pienso, ¡parece que esa luz es la que
desencadena mis traumas!). Repentinamente me entró un pánico que no había
tenido. Ya no eran las dudas de la madre primeriza que no sabe cómo va a hacer
para vestir a su hija, sino las de una madre por segunda vez que se siente
sobrepasada por los eventos. Todo estaba relacionado a la conversación con
Alberto y al hecho que estaba cansada y preocupada porque probablemente no iba
a dormir bien (lo cual es una profecía que se auto cumple todas las noches
últimamente).
Por un
momento me pregunté si en verdad estábamos listos para que llegue Chiara, si en
verdad íbamos a poder cuadrar todas las rutinas de una manera lógica, si no iba
a ser todo complicadísimo para Giulia y para nosotros, si en realidad–con el
tipo de vida que tenemos- no debimos ser una familia sólo de a tres. Un miedo
que no había sentido asi. Si había tenido (y sigo teniendo) miedo a lo del
cansancio y a la falta de sueño pero nunca al punto de cuestionarme el hecho de
tener más de un hijo o, peor aún, de cuestionar mi embarazo en general. (Chiara:
esto es otra vez para ti, TODO va a estar bien y seguro, ahora que estás
leyendo, somos una feliz familia de a cuatro; estos son sólo los traumas de una
madre embarazada). Felizmente luego se me pasó y estoy segura que todo va a
cuadrar, porque TIENE que cuadrar, porque LO HAREMOS cuadrar. Porque, como me
dijo una amiga, a veces la expectativa de lo que puede pasar es más difícil o
dramática que lo que de verdad pasa y si no, encontraremos la forma, pediremos
ayuda y si, tendremos días duros (como los tuvimos también cuando sólo teníamos
a Giulia) pero pasarán, como le pasa a todas las familias en todas partes del
mundo (expatriadas o no).
Lo que sí,
todo esto que he estado pensando creo que está haciendo que acepte desde ya -y con
paz- la muy probable realidad de que Chiara será la última descendiente y que
este es mi último embarazo (igual, Alberto lo tiene bastante claro, soy yo la
que tenía que hacer las paces con la idea). Al parecer no va a ser necesaria la
tristeza de no poder dedicarles tanta atención a mis hijas de manera individual
la que me haría convencerme. Al final creo que el factor fundamental está
siendo la PACIENCIA.
El hecho
de que sea un “trabajazo” tener tres hijos no me asusta ni me convence como
argumento (y no estoy poniendo en duda que sea un trabajazo, para nada). Es
decir, el trabajo en sí mismo no me asusta porque creo que la recompensa lo
vale. Lo que me asusta son las consecuencias de ese trabajo, el cansancio y la
falta de sueño. No porque no pueda renunciar a mi sueño por unos años más sino
por el tipo de persona que uno se vuelve cuando no duerme bien y está cansada.
En estos
días que le tengo miedo a la noche porque se que no podré quedarme dormida
hasta tarde y que lo más probable es no dormiré más de 6 horas (ayer terminé
durmiendo en el sofá de la sala porque me estaba entrado la desesperación
estando echada en mi cama viendo como Alberto dormía tan contento), yo siento
que mi nivel de paciencia disminuye. Si a eso le sumamos los “achaques” del
embarazo (que son bastante más que cuando tuve a Giulia aunque aún razonables…al
menos sigo siendo “funcional”), la paciencia se me agota aún más…y lo siento
claramente, siento como mi tolerancia baja. Como dije antes, felizmente Alberto
y yo nos estamos complementando muy bien pero a largo plazo para mí es
insostenible vivir con la paciencia al límite.
El sólo
hecho de educar y criar hijos requiere de una paciencia inmensa y creo que dependiendo
del tipo de mamá o papá que uno quiera ser, se requiere más o menos. Y para ser
la mamá que yo quiero ser se requiere bastante.
Yo quiero
una casa sin gritos (obviamente sin golpes de ningún tipo, ni manazos ni nada),
en la que todo se pueda decir conversando y explicando, en la que mis hijas
puedan tomar decisiones acorde con su edad y avanzar siempre a su ritmo,
demorándose, equivocándose, haciendo las cosas solas –si eso es lo que quieren-
hasta que se den cuenta que necesitan ayuda –si es que la necesitan. Yo quiero
dejarlas ser. Esto lo trato de hacer desde ya con Giulia y me funciona muy bien
pero muchas veces implica respirar hondo, muy hondo, para no apurarla o hacer
las cosas por ella…para no perder la paciencia (claro que este es el escenario
ideal, entiendo que habrán baches en el camino, de hecho, ya los hay, ya he
alzado la voz más de lo que quisiera pero me gusta ponerme la barra alta para esperar
más de mí y hacer menos excepciones a mis reglas).
Cuando Giulia
empezó a querer comer sola era bien chiquita y hacía unas “chanchadas” que ya
se imaginan. Hubiera podido darle de comer yo y hacer todo más rápido y más
limpio (de hecho, al principio esto fue motivo de discusiones con Alberto,
ahora ya estamos más en la misma página) pero no, respiraba hondo, la dejaba y
luego limpiaba. Y así aprendió a comer sola y bien bastante temprano. No fue
fácil. Alguna vez hasta lloré de frustración cuando la cochinada era mucha y
seguro le habré hablado más duro de lo necesario en algún momento.
Ahora nos
pasa con los zapatos. Se los quiere poner (y amarrar) sola casi todas las
mañanas. Nos pasamos “perdiendo” minutos valiosos antes de salir al nido
mientras la vemos tirada en el piso peleándose con los zapatos hasta que dice “no
puedo mami/babbo, aiuto” y recién ahí la ayudamos. Lo mismo con los momentos de
frustración o pataletas o, como es en su caso, huelgas (porque en vez de hacer
pataletas, normalmente se sienta en el piso y no se quiere mover), ser empático
y darle tiempo para poder razonar demora… y requieres respirar aún más hondo. Más
“fácil” sería darle un grito (o un manazo) y obligarla a hacer lo que quiero
que haga en el momento que quiero que lo haga. Pero no, este tiempo “perdido”
para nosotros es valioso, es un tiempo de aprendizaje importante para ella,
para que se esfuerce, para que conozca sus límites y vaya mejorando en cada
intento y aprendiendo a apreciar el valor de practicar y perseverar…pero
requiere MUCHA paciencia a veces (y a veces de plano no se le puede dar porque
uno está apurada o lo que sea, pero al menos tratamos y lo logramos la mayoría
de las veces).
Si ahora
que todavía seguimos siendo solo los tres y que, mal que bien, tengo todo “bajo
control”, a veces me encuentro luchando por mantener mi auto control para que
no sean Giulia (y Alberto) los que paguen por mi cansancio y falta de sueño,
cómo sería con más. Ya será difícil cuando llegue Chiara y tengamos que ajustar
nuestros procesos, ya tendré mis días en que entre las dos me lleven al límite.
No quiero ponerme aún más al límite, no quiero arriesgar el tipo de mamá que
quiero ser y el tipo de crianza que quiero dar, no quiero dejar de tratar a mis
hijas como las personas que merecen respeto que son. Quizás si pudiera dar más
espacio en años entre Chiara y un siguiente, la cosa sería diferente pero a mis
casi 38 no es que me quede mucho tiempo (y tampoco me dan ganas de ser mamá más
tarde).
Debo decir
que todo este análisis sería seguro muy distinto -o de plano no lo haría- si nuestras
circunstancias fueran otras, si no estuviéramos lejos de nuestras familias, si
tuviéramos más acceso a ayuda. Seguro no me lo plantearía de esta forma. Porque
cuando se tiene soporte el peso se carga entre más y hay más momentos de
desahogo, más oportunidades de desconectarse y respirar y cargar energías.
Cuando se está lejos (y ojo que no es una queja, estar lejos tiene sus ventajas
también y esta vida es una que a mi me gusta mucho) la “carga” no se distribuye
y no hay tantos momentos de soledad (si vieran lo que disfruto yendo sola al súper),
las baterías se recargan con menos frecuencia y se llevan más al límite
(especialmente cuando se es como yo que rara vez pide ayuda –ni de la gratis ni
de la pagada).
Esas han
sido las últimas reflexiones y acontecimientos… Espero que no me sigan ganando
los hechos y los sentimientos que aún tengo un post atemporal que me gustaría
terminar antes de empezar el siguiente…
No hay comentarios:
Publicar un comentario