lunes, 27 de abril de 2015

El episodio


Este es el post que tenía en mente cuando encontré las notas del anterior. No es un post muy feliz, es más bien un post de, no se, realidad. De los que describen las cosas no tan lindas del embarazo.

Todo el mundo se sorprende siempre de que no quiera dar a luz o de que me guste tanto estar embarazada. Y si, estoy empezando a creer que soy parte de la minoría. Debo decir que hay varios factores a tomar en cuenta cuando digo que me gusta estar encinta: primero que he tenido la suerte de tener embarazos buenos (no perfectos como han leído en el blog y como leerán más adelante pero sin complicaciones ni dramas reales); segundo, yo soy una optimista por naturaleza, siempre elijo ver las cosas por el lado amable y enfocarme en las cosas buenas antes que en las malas, soy así, con casi todo (y se que a muchos, las personas como yo les parecen “falsas” porque “nadie puede ser tan positivo”), lo que no quiere decir que no tenga mis (muy) malos momentos o que no hayan días que quiera que se acaben YA o que viva alejada de la realidad.

No todo en el embarazo es lindo, pero para mí, lo lindo supera lo malo (una vez más, quizás porque he tenido buenos embarazos). El privilegio de poder ser mamá cuando hay tantas mujeres que no pueden y quieren es algo de lo que me siento agradecida. Y no hay acidez, nausea, incontinencia, falta de sueño o dolor de espalda que me quite esa idea. Aunque se que no es nada fuera de este mundo estar embarazada y que en este momento hay millones de mujeres encinta al mismo tiempo que yo, yo me siento especial (independientemente de que el resto me vea especial…sin ir muy lejos, un chico en el tranvía no me vio muy especial cuando no me dio su sitio…que igual no necesitaba ni quería pero digo no más para que vean a lo que me refiero), me siento especial y orgullosa de mi panza y me encanta como cambia el cuerpo y no me importa en lo más mínimo estar cada día más redonda (lo del peso si me atormenta pero me atormenta siempre, embarazada o no así que no cuenta) y un poco más lenta.

Dicho esto, empiezo con mi relato.

Aunque habría que preguntarle más bien a Alberto, estoy casi segura que este embarazo he sido menos hormonal que en el anterior (que tampoco fue grave), será que ya no soy primeriza o no sé, pero ya no me agobio por las cosas que me agobié la primera vez. Aunque si me estresa ver tanta ropa de Chiara y no saber qué le va a quedar y qué no o si tiene lo que necesita, esta vez, por ejemplo, no me he puesto a llorar por miedo a no saber si podré vestir a mi hija adecuadamente para los varios climas (como si me pasó con Giulia), ni he tenido un incidente como el de la cuna de Giulia que me tuvo amargada por varios días. No había llorado casi (sólo por lo del famoso virus y por migraña y cansancio), hasta el sábado pasado…

Una de las cosas no lindas del embarazo es el tema del estreñimiento que, que muchas veces viene acompañado de otras consecuencias no menos desagradables). No voy a entrar en detalles pero de hecho es un tema del que estoy muy atenta (incluso cuando no estoy embarazada) e incluso he evitado, durante ambos embarazos, tomar suplementos de hierro y los he cambiado por formas más naturales. Pero aún con todas las precauciones a veces pasa. Y pasó durante el fin de semana. Y fue feo y me sentí mal. Pero además de lo obviamente incómodo a nivel físico, lo curioso fue el efecto emocional que tuvo en mí.

A veces uno no sabe qué es lo que puede tocar esa fibra interna que hace que todo se te venga encima. Lo más inesperado puede hacer que se apriete el botón equivocado y que te sientas fatal. En mi caso fue ese episodio.

Por alguna razón que no tengo del todo clara, me sentí emocionalmente golpeada. Como sin control sobre mi cuerpo…creo que eso es lo que más me afectó, el a veces no tener control sobre mi cuerpo por más precauciones y cuidados que tenga. Al principio estaba “movida” pero aún estaba controlada pero todo se desencadenó cuando el pobre Alberto, sin ninguna mala onda y en total buen plan me dice, antes de dormir que le daba risa (porque, como nunca, me traje dos cojines a la cama) y que nunca me había visto así en el embarazo anterior. Y tenía razón, en ese momento en particular era bastante un espectáculo verme y, normalmente, me hubiera unido a su broma y me hubiera reído con él. Pero esta vez no me reí. Me metí a mi cama y ni bien se apagaron las luces me puse a llorar. El pobre las prendió otra vez y se sintió fatal y me decía que era broma, que no se estaba burlando… y yo sabía, no estaba ni resentida ni molesta, sólo me sentía fatal.

Al día siguiente estuve mejor físicamente (pero ya tenía el cansancio encima que me llevo a tomarme esta semana de “descanso”) pero igual seguía triste y emocionalmente “caída”. Lloré una vez más por 3 minutos luego de ducharme (Giulia me vio y me decía “no llores mami”, tan linda mi gorda) y debe haber sido eso lo que necesitaba porque desde ahí he estado bien. Cansada, en pausa pero sin más llantos ni nada, la embarazada racional que había sido todos los ocho meses anteriores.

Nota: Este post también lo empecé a escribir varios días antes de terminarlo y, una vez más, otra vez cambiaron las circunstancias… ¡Esperar post siguiente!


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