Este es el
post que tenía en mente cuando encontré las notas del anterior. No es un post
muy feliz, es más bien un post de, no se, realidad. De los que describen las
cosas no tan lindas del embarazo.
Todo el
mundo se sorprende siempre de que no quiera dar a luz o de que me guste tanto
estar embarazada. Y si, estoy empezando a creer que soy parte de la minoría.
Debo decir que hay varios factores a tomar en cuenta cuando digo que me gusta
estar encinta: primero que he tenido la suerte de tener embarazos buenos (no
perfectos como han leído en el blog y como leerán más adelante pero sin
complicaciones ni dramas reales); segundo, yo soy una optimista por naturaleza,
siempre elijo ver las cosas por el lado amable y enfocarme en las cosas buenas
antes que en las malas, soy así, con casi todo (y se que a muchos, las personas
como yo les parecen “falsas” porque “nadie puede ser tan positivo”), lo que no
quiere decir que no tenga mis (muy) malos momentos o que no hayan días que quiera
que se acaben YA o que viva alejada de la realidad.
No todo en
el embarazo es lindo, pero para mí, lo lindo supera lo malo (una vez más, quizás
porque he tenido buenos embarazos). El privilegio de poder ser mamá cuando hay
tantas mujeres que no pueden y quieren es algo de lo que me siento agradecida.
Y no hay acidez, nausea, incontinencia, falta de sueño o dolor de espalda que
me quite esa idea. Aunque se que no es nada fuera de este mundo estar
embarazada y que en este momento hay millones de mujeres encinta al mismo tiempo
que yo, yo me siento especial (independientemente de que el resto me vea
especial…sin ir muy lejos, un chico en el tranvía no me vio muy especial cuando
no me dio su sitio…que igual no necesitaba ni quería pero digo no más para que
vean a lo que me refiero), me siento especial y orgullosa de mi panza y me
encanta como cambia el cuerpo y no me importa en lo más mínimo estar cada día
más redonda (lo del peso si me atormenta pero me atormenta siempre, embarazada
o no así que no cuenta) y un poco más lenta.
Dicho
esto, empiezo con mi relato.
Aunque
habría que preguntarle más bien a Alberto, estoy casi segura que este embarazo
he sido menos hormonal que en el anterior (que tampoco fue grave), será que ya
no soy primeriza o no sé, pero ya no me agobio por las cosas que me agobié la
primera vez. Aunque si me estresa ver tanta ropa de Chiara y no saber qué le va
a quedar y qué no o si tiene lo que necesita, esta vez, por ejemplo, no me he
puesto a llorar por miedo a no saber si podré vestir a mi hija adecuadamente
para los varios climas (como si me pasó con Giulia), ni he tenido un incidente
como el de la
cuna de Giulia que me tuvo amargada por varios días. No había llorado casi
(sólo por lo del famoso virus y por migraña y cansancio), hasta el sábado
pasado…
Una de las
cosas no lindas del embarazo es el tema del estreñimiento que, que muchas veces
viene acompañado de otras consecuencias no menos desagradables). No voy a
entrar en detalles pero de hecho es un tema del que estoy muy atenta (incluso
cuando no estoy embarazada) e incluso he evitado, durante ambos embarazos,
tomar suplementos de hierro y los he cambiado por formas más naturales. Pero
aún con todas las precauciones a veces pasa. Y pasó durante el fin de semana. Y
fue feo y me sentí mal. Pero además de lo obviamente incómodo a nivel físico,
lo curioso fue el efecto emocional que tuvo en mí.
A veces
uno no sabe qué es lo que puede tocar esa fibra interna que hace que todo se te
venga encima. Lo más inesperado puede hacer que se apriete el botón equivocado
y que te sientas fatal. En mi caso fue ese episodio.
Por alguna
razón que no tengo del todo clara, me sentí emocionalmente golpeada. Como sin
control sobre mi cuerpo…creo que eso es lo que más me afectó, el a veces no
tener control sobre mi cuerpo por más precauciones y cuidados que tenga. Al
principio estaba “movida” pero aún estaba controlada pero todo se desencadenó
cuando el pobre Alberto, sin ninguna mala onda y en total buen plan me dice,
antes de dormir que le daba risa (porque, como nunca, me traje dos cojines a la
cama) y que nunca me había visto así en el embarazo anterior. Y tenía razón, en
ese momento en particular era bastante un espectáculo verme y, normalmente, me hubiera
unido a su broma y me hubiera reído con él. Pero esta vez no me reí. Me metí a
mi cama y ni bien se apagaron las luces me puse a llorar. El pobre las prendió
otra vez y se sintió fatal y me decía que era broma, que no se estaba burlando…
y yo sabía, no estaba ni resentida ni molesta, sólo me sentía fatal.
Al día
siguiente estuve mejor físicamente (pero ya tenía el cansancio encima que me
llevo a tomarme esta semana de “descanso”) pero igual seguía triste y
emocionalmente “caída”. Lloré una vez más por 3 minutos luego de ducharme
(Giulia me vio y me decía “no llores mami”, tan linda mi gorda) y debe haber
sido eso lo que necesitaba porque desde ahí he estado bien. Cansada, en pausa
pero sin más llantos ni nada, la embarazada racional que había sido todos los
ocho meses anteriores.
Nota: Este
post también lo empecé a escribir varios días antes de terminarlo y, una vez
más, otra vez cambiaron las circunstancias… ¡Esperar post siguiente!
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