viernes, 14 de noviembre de 2014

¡Y colapsé!

Una vez más he estado bastante floja con el blog, una vez más las razones son las mismas: cansancio, sueño, falta de energía, para nada falta de entusiasmo y de ganas.

El tema de las náuseas ha estado bajo control y no me he vuelto a sentir mal desde esa semana fatídica. Al final, puedo decir que sumando todos mis días de malestar, en total habré tenido siete. Nada mal, ¿no?

Pero el cansancio si me mata, estoy cansada de estar cansada y no veo la hora de que se me pase.

Hace unos días, estando en Italia, a donde fuimos a visitar a mi suegra para que viera a Giulia antes de navidad, me dio una migraña de AQUELLAS. Hace meses que no me daba una así (y antes de esa que me dio habían pasado años creo) y lo peor fue que no tenía nada que tomar para calmarla porque mi suegra se cura con homeopatía y no conozco muy bien las contraindicaciones en caso de embarazo. El asunto fue que no dormí nada, me la pasé masajeándome el cuello y la cabeza sola, cuando finalmente lograba estar tranquila y controlar el dolor me daba ganas de ir al baño y todo empezaba de nuevo. Finalmente, no sé bien a qué hora, logré medio que quedarme dormida mientras pensaba “por favor, que Giulia no se despierte en la madrugada”. Mis súplicas no fueron escuchadas y, dos minutos después –o al menos así lo sentí yo-, como a las 4am, Giulia se despertó y la tuve que pasar a nuestra cama (en verdad no TENÍA que, pero no me daba la energía para hacer otra cosa), lo cual implicó que lo poco que dormí, lo dormí mal, con ella pegada a mi o encima de mí (literalmente). Al día siguiente nos tocaba volar de regreso.

Armé maletas, nos despedimos de todo (no tomé desayuno porque no me sentía muy bien) y enrumbamos al aeropuerto con bastante tiempo para poder almorzar ahí ya que el vuelo era como a las 2pm. Para nuestra mala suerte el vuelo se atrasó, tampoco mucho pero lo suficiente como para que se sienta. A ese punto a mí me ardían los ojos por falta de sueño, me moría de cansancio, me dolía el cuello de tanto haberme clavado los dedos durante la noche, la cabeza aún me fastidiaba, un desastre. Al momento de abordar (volábamos en Ryan Air que no se caracteriza por su abordaje sencillo), tuve que cargar a Giulia (mientras Alberto cargaba maletín y abrigos) y nos tuvieron esperando en un pasadizo primero y al aire libre después.  


Una vez que subimos al avión y finalmente me senté lo primero que hice fue apoyar mi cabeza en el asiento y ponerme a respirar hondo, muy hondo. Las lágrimas se me salían, lloraba del cansancio, por todos los dolores que sentía en simultáneo, de la impotencia de sentir que el cuerpo no me responde, que no me acompaña en mis ganas de hacer cosas, de la cólera de no sentirme yo misma en cuanto a energía. Se me cayeron las lágrimas por un minuto, no más, y la verdad que fue lo mejor que me pudo pasar porque luego de eso me sentí mucho mejor, creo que hasta algo de fuerzas me dio. El vuelo siguió en paz, dormí un ratito y llegué a mi casa aún muerta pero al menos con suficiente energía para desarmar la maleta y llegar a las 9:30 de la noche que, finalmente, me pude meter a mi cama (con un cojín de semillas caliente bajo el cuello y un panadol en el estómago).

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